La casita rosada de la esquina

"Era una tarde cítrica con un dejo amargo, como cualquier otra tarde de enero, ni mucho frío ni mucho calor. Se podía oler el pan caliente y la ciénega. El olor penetrante a cigarro en la casita rosada de la esquina, perpetuable como todas las tardes a las 6, sin faltar. Todos y nadie la habitaban, se entendía que no la vivía nadie pero se sentía por todo el pueblo el olor a cigarro y a coco, como el perfume que se huele en la niñez y no se olvida, se queda. Nadie sabía porque olía así la casita rosada de la esquina, nadie sabía a quien perteneció. Contaban los mayores que un alma risueña la habitaba, que se oían sus carcajadas. "Historias mayas, como la de los aluxes" decían los niños del parque. Nadie sabía y nadie se atrevía. Conocían la historia, pero no se contaba, como un secreto a voces. Las carcajadas con olor a coco y tabaco combinadas con el olor a cienega no le molestaban a nadie, eran parte del pueblo. "Todos sabemos de la casita rosada de la esquina" respondía la gente del pueblo si les preguntabas, "pero nadie se atreve a entrar, o a nadie le interesa". Decían que la melancolía, con olor a coco,  se disfrazaba de desasosiego y se sentaba en la casita rosada de la esquina a fumarse un cigarro. Nadie la veía, nadie la palpaba pero se sentía. La melancolía misma se disfrazaba y regaba su olor por todo el pueblo y después, solo después de penetrar con su gama de olores y recuerdos en la gente del pueblo, se fumaba un cigarro."
















 

Locación: Telchak
Texto y fotos: Fide Casares 

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